Trote al aterdecer

Trote al aterdecer

domingo, 15 de septiembre de 2013

* Philippe Petit

El hombre que caminaba 
entre las nubes

La mañana del 7 de agosto de 1974 pudo contemplarse en Nueva York un espectáculo memorable. Una escena jamás vista, tan inesperada como bella, y que nunca sería olvidada por los afortunados neoyorquinos que aquel día gris la pudieron presenciar
Durante la noche anterior, un joven francés llamado Philippe Petit, ayudado por algunos amigos y colaboradores, había tendido un cable de acero entre las dos torres del recién nacido World Trade Center (Torres Gemelas). Para ello había tenido que burlar la seguridad de los rascacielos, algo que no era especialmente difícil. Petit ya lo había intentado antes en varia ocasiones, haciéndose pasar en todas ellas como trabajador de la construcción. Durante meses había estado visitando ambas azoteas con el objeto de estudiar cada detalle de su plan. Un plan que llevaba madurando años. Iba a realizar un número que dejaría estupefactos a todos y no quería, ni podía, dejar margen a la improvisación.


A más de 400 metros de altura y cuando todo estuvo preparado, se dispuso a cruzar de una torre a otra a través del estrecho cable de acero, desprovisto de cualquier elemento de seguridad y sin más ayuda que su barra de equilibrio. A las 7,15 horas dio el primer paso sobre el cable. A sus años Petit estaba donde tanto había deseado estar, acariciando las nubes volando sobre el cielo de Manhattan. Inmediatamente algunos viandantes se percataron de lo que estaba sucediendo. En unos instantes la multitud comenzó a agolparse espontáneamente para contemplar atónita el espectáculo del funambulista francés. Desde la calle se veía con dificultad pero no había duda de que alguien a 409 metros más arriba estaba caminando entre las torres.
Cada minuto que pasaba el número de espectadores aumentaba, los conductores paraban sus vehículos y la gente hacía un alto en el camino de su trabajo para contemplar fascinada desde la acera el maravilloso espectáculo que el francés estaba regalando. La policía también se percató y enseguida corrió a detener al joven funambulista. Pero ya era demasiado tarde, en su reino de las alturas Petit era inalcanzable.
Ante la mirada de todos, y 110 plantas por encima del suelo, Petit caminaba elegante. En cada azotea le esperaban dos policías. Pocos metros antes de alcanzar cada edificio Petit paraba, levantaba la vista hasta cruzar su mirada con la de los agentes y les sonreía para inmediatamente dar media vuelta y correr el cable en sentido contrario. El joven funambulista estaba tranquilo, feliz. Cada poco tiempo se paraba para saludar a la gente, incluso, en un momento dado, el funambulista se arrodilló sobre el cable y dedicó una reverencia. Los agentes le pedían a gritos que concluyera su inexplicable (y admirable como confesaría luego uno de ellos) acto demencial. Petit les respondió acostándose sobre el cable. Era libre, estaba solo, nadie le daba órdenes entre las nubes.
Durante 45 intensos minutos cruzó hasta ocho veces los 43 metros que separan los dos edificios mientras la muchedumbre seguía asistiendo anonadada a la hazaña del funambulista francés. Finalmente, ante la amenaza de la llegada de un helicóptero, Petit decidió entregarse a los agentes y fue detenido.
Los agentes lo esposaron y lo bajaron a la calle donde la gente lo aclamaba y los periodistas  intentaban sacarle algunas palabras. Su delictiva actuación iba a dar la vuelta al mundo.
Sin embargo nadie lo veía como un delincuente. Al contrario, despertaba la admiración de un héroe. Y así lo entendió el tribunal que lo juzgó, que únicamente le condenó a realizar una actuación gratuita para los niños de Central Park. Un verdadero regalo para Petit.
...para mí es simple. La vida debe ser vivida en el límite. Se debe ejercer la rebelión. Rehusar seguir las reglas. Rechazar el propio éxito. No repetirse. Vivir cada día, cada año, cada idea, como un verdadero desafío, vivir la vida en la cuerda floja...
Pero el joven francés no era un recién llegado al mundo del funambulismo. Ya había hecho de las suyas en Francia y Australia caminando sobre una cuerda entre las torres de la catedral de Notre Dame y del puente de la bahía de Sidney y era un viejo conocido de las policías de estos países.



Descansando un rato en la catedral de Notre Dame en París en 1971. Instantes después sería arrestado.











Atravesando el puente de la bahía de Sidney, en 1973. Instantes después también sería arrestado.



Con una fama a la altura de su gran hazaña, las peticiones para hacer anuncios de televisión, escribir libros o grabar canciones, así como para que llevase a cabo espectáculos "legales" no se hicieron esperar. París y Nueva York repetirían varias veces, pero también lo harían Jerusalén, Viena, Tokio o Frankfurt entre otros muchos lugares. Se había convertido en una celeridad. A Petit, sin embargo, no le interesaba demasiado la fama. Eran otras pulsiones que lo movían: la aventura, el gozo, el desafío "físico" al sistema.

En 1989 recorrió los 700 metros que distan entre Trocadero y el segundo nivel de la Torre Eiffel como parte de los actos conmemorativos del bicentenario de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y Centenario de la Torre Eiffel.

Esta vez, al fin, nadie le esperaba para arrestarlo

La proeza de Petit fue llevada al cine 34 años después. La película documental titulada Man on Wire, dirigida por el inglés James Marsh, ha sido galardonada con numerosos premios entre ellos, el premio del público y jurado en el Festival de Sundance de 2008, el Óscar al mejor documental en 2008, así como un premio BAFTA y un Independent Spirit Award en 2009.

Fuente: www.fogonazos.es

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